En esta temporada de acción de gracias, recordamos las palabras de 1 Crónicas 16:34: «Dad gracias al Señor, porque él es bueno; porque para siempre es su misericordia». En este día del Señor, queremos centrar nuestros corazones en lo que significa estar agradecidos a Dios. A continuación, presentamos una breve recopilación de oraciones de hombres fieles a lo largo de la historia de la iglesia que nos recuerdan cómo se manifiesta la gratitud en la vida de un creyente.


Te damos gracias, Señor Dios, por todos los beneficios que seguimos recibiendo de tu mano generosa. No solo nos das lo que necesitamos en esta vida, sino que, en tu misericordia gratuita, nos has renovado con la esperanza segura de una vida mucho mejor, que nos ha sido revelada en el evangelio.

John Knox,
Grace From Heaven

 

Te damos gracias, nuestro Dios y Salvador, y a ti, oh Cristo, en nuestra propia y débil manera. Tú eres la providencia suprema del Padre todopoderoso, que nos salva del mal y nos enseña el camino de la verdad. No digo estas cosas para alabarte, sino simplemente para darte gracias. ¿Quién de nosotros es digno de alabarte? Tú creaste la creación de la nada. La iluminaste con tu luz. Regulaste la confusión de los elementos con tus leyes de armonía y orden.

Más que eso, reconocemos tu amorosa bondad. Hiciste que aquellos cuyos corazones se inclinaban hacia ti buscaran sinceramente una vida divina y bendita. Nos has permitido transmitir lo que hemos recibido de ti, como mercaderes de sabiduría y verdaderas bendiciones.

Cosechamos el fruto eterno de tu bondad. Liberados de la red del pecado e impregnados de amor por los demás, la misericordia es siempre nuestro punto de vista.

Esperamos en la promesa de la fe y nos dedicamos a una vida modesta, todas las virtudes que una vez habíamos dejado de lado, pero que ahora han sido restauradas por ti, cuya generosa atención lo abarca todo.

Amén.

Eusebio de Cesarea

 

Dador de todo, otro día ha terminado y tomo mi lugar bajo la cruz de mi gran redentor, donde fluyen continuamente corrientes sanadoras, donde se vierte bálsamo en cada herida, donde me lavo de nuevo en la sangre que todo lo limpia, seguro de que Tú no ves en mí ninguna mancha de pecado.

Dentro de poco iré a tu hogar y ya no seré visto; ayúdame a ceñir los lomos de mi mente, a acelerar mi paso, a apresurarme como si cada momento fuera el último, para que mi vida sea alegría y mi muerte gloria.

Te doy gracias por las bendiciones temporales de este mundo: el aire refrescante, la luz del sol, los alimentos que renuevan las fuerzas, las vestiduras que nos cubren, la vivienda que nos da cobijo, el sueño que nos da descanso, el dosel estrellado de la noche, la brisa del verano, la dulzura de las flores, la música de los arroyos que fluyen, el cariño de la familia, los parientes y los amigos. Las cosas animadas y las cosas inanimadas contribuyen a mi comodidad. Mi copa está rebosando.

Desconocido,
Valle de la visión